30 mar 2009

Octavio Paz



Siempre vuelvo a los libros de Octavio y lo digo confianzudamente, con la desfachatez de amigo íntimo que cualquiera hubiera querido ser de este excelso hombre de letras, imagínense ustedes…
Al azar caí en “Hacia el poema” y con motivo de celebrarse el 31 de marzo la fecha de su llegada al mundo, me di a la difícil tarea de darle un sentido último a dicho poema. Para sonar menos arrogante, prefiero decir, intentar descifrar uno de los enigmas que allí se esconden, aunque paradójicamente, lo que se presenta como obvio, a veces, es lo que más nos cuesta ver. Quizás esto puede atribuírsele a la ceguera misma que el mundo moderno nos provoca, y gracias a ello, entre otras cosas, un sentido último es imposible. Además, cómo poder enmarcar un pensamiento tan amplio, voraz, como lo fue el del poeta Octavio Paz (y llamarle poeta resulta ya una insensata reducción).

Consideré este poema (si se le puede llamar así) más allá de que la suerte me llevara a releerlo, porque a mi juicio engloba gran parte de las ideas que el mismo autor defendió en varios de los capítulos de El arco y la lira, aunque claro está, no pude ver todas las relaciones en el mismo, pues como dije antes, existe la ceguera a plena luz del sol.

El primer punto fundamental es el lenguaje. Base y fundamento del poema. Conformado por “palabras” que llegan a ser irreductibles, más aún cuando están inmersas en un poema. Como lo señala el mismo poeta, son “puntos de partida”, el eje básico de donde emerge la poesía. El poeta en medio de su trabajo como hacedor de imágenes, debe exponerse a la radiación del lenguaje para sacar de éste el mayor provecho. Para ello se necesita “tiempo”, palabra o hecho fundamental en toda la obra de Octavio Paz, que se repite constantemente hasta volverse un paradigma. Esta exposición que comento es imprescindible para llegar al poema. Requiere tiempo para lograr lo que se quiere, o mejor aún, lo que el poema quiere. El lenguaje es “un árbol calcinado” del que todos han participado, y sacar de él la palabra, no exacta, sino necesaria, amerita la paciencia del poeta, el tiempo y el espacio: “Damos vueltas y vueltas en el vientre animal, en el vientre mineral, en el vientre temporal. Encontrar la salida: el poema”.
Tal salida es escaparse, evadir las ramas secas por entre las cenizas de ese árbol imaginario. Salir de allí con palabras en las manos, intactas al fuego, se transforma en milagro. Ese milagro (que es el poema) lleva del poeta toda una experiencia visceral que sostuvo con un “paisaje en ruinas” para lograr el “asalto secreto”: y llevarse esa palabra necesaria. Sin embargo, esa proeza de escabullirse entre las ramas incineradas, lleva a su vez el germen mismo de la violencia, es decir, no es un acto que se destaca precisamente por su benevolencia. Al contrario, el hecho de que el poeta irrumpa en ese “árbol calcinado del lenguaje” para llevarse de él lo que necesita (las palabras), habla por sí solo, y aunque las devuelva no serían las mismas. Dice el poeta: “La creación poética se inicia como violencia sobre el lenguaje. El primer acto de esta operación consiste en el desarraigo de las palabras”. Y más adelante dice: “Se vuelven únicos (los vocablos), como si acabasen de nacer”. Esto a su vez se vuelve una reflexión del lenguaje que no deja de ser también una reflexión de la existencia del hombre, el cual se ve acorralado en medio de su accionar creativo, entre sus palabras, las del día a día, y las que ha tomado del “árbol calcinado”: “el poeta no escoge sus palabras”, sino que pacta con esa palabra única consigo mismo para crear, revelar y reconocerse: “…muchos seres que se encuentran en una palabra. El papel se cubre de letras indelebles, que nadie dijo, que nadie dictó, que han caído allí y arden y queman y se apagan…”, como si tuvieran una indiscutible vida propia y el poeta funcionara como mediador.

El segundo punto al que me referiré es el ritmo. Punto tan importante como el anterior, ya que gracias a él, afirma el mismo Paz, el poema llega a ser tal y el lenguaje una herramienta de construcción. Ya señalaba el autor que la unidad de la frase poética no está constituida por el “sentido o la dirección significativa, sino (por) el ritmo”. Así podemos ver cómo en “Hacia el poema”, no es la significancia misma del poema -que ya es suficiente- lo que nos da esa especia de decálogo necesario para formular o armar un escenario poético, sino más bien, la disposición de lo que el poeta (o el poema) nos dice, a través de esa estructura programática que se repite y vuelve sobre sí misma: “El instante se congela, blancura compacta que ciega y no responde y se desvanece, témpano empujado por corriente circulares. Ha de volver”. El ritmo de dicho poema se funda en la secuencia de sus ideas, mejor aún, de los pasos a seguir cuando intentamos “el poema”. El poeta parte de las palabras, del tiempo que hay que tomarse para llegar a ellas, del espacio que envuelve el ejercicio de creación, que es “obstinación” y “melancolía”. Y en medio de tal ejercicio, debemos “arrancar las máscaras de las fantasías, clavar un pica en el centro sensible: provocar la erupción”; debemos desligarnos de todo: “cortar el cordón umbilical”; incluso debemos “hablar por hablar” hasta dar en el blanco. Cada uno de los puntos planteados por el poeta se imbrica uno sobre otro. Tales puntos, expuestos en las diversas estrofas del poema van repitiendo la metodología a seguir, y en tal repetición descansa la función básica del ritmo. El poema como tal y en líneas generales se funda en un ritmo determinado y no apunta a su forma sino a su sentido. No es que esté proponiendo un olvido absoluto de la forma, pero si consideramos la relación intrínseca propuesta por Octavio Paz entre ritmo y sentido, en “Hacia el poema” esta postura es definitiva, más aún si consideramos esa hibridez -por llamarlo de algún modo- con la que el autor desarrolla su trabajo poético en donde lo prosaico le da forma a lo poético y viceversa. Paz habla del ritmo con fines utilitarios, y si éste a la vez es repetición, en la segunda parte del poema se evidencia tal aspecto: vuelven las palabras, el espacio y el tiempo, el poema y la poesía, “el árbol calcinado del lenguaje” y “la justicia poética (que incendia) campos de oprobio”, el “salto mortal” y el “sueño”, analogías que se van formando gracias al ritmo.

Tercer y último punto, la “otredad”, la cual guarda relaciones muy estrechas con el mito y la religión. Si la poesía como tal, entre sus múltiples funciones, se propone una conciliación entre todos los elementos de los cuales se puede servir, “Hacia el poema” no es la excepción. Además, no se trata del simple hecho de limar concepciones antagónicas. En palabras de Paz: “…lucha de los opuestos, que la poesía convierte en armonía, ritmo e imagen”, sino también, de hacer poesía de todo lo que nos rodea, incluso de la nada. La tercera estrofa de la segunda parte habla por sí sola, incluso me atrevería a darle un nombre a dicha estrofa: “De todo o nada nace la poesía”.

“El chorro de agua. La bocanada de salud. Una muchacha reclinada sobre su pasado. El vino, el fuego, la guitarra, la sobremesa. Un muro de terciopelo rojo en una plaza del pueblo. Las aclamaciones, la caballería reluciente entrando a la ciudad, el pueblo en vilo; ¡himnos! La irrupción de lo blanco, de lo verde, de lo llameante. Lo demasiado fácil, lo que se escribe solo: la poesía”.

La otredad está emparentada con el mito y lo religioso, y en función de esto, retomando un poco el ritmo, éste se encarga de recrear nuevamente tales fundamentos, es decir, repite o trae al ejercicio poético todo un pasado arquetipal que envuelve a dicha otredad. Dice Paz: “el ritmo es inseparable de nuestra condición. Quiero decir: es la manifestación más simple, permanente y antigua del hecho decisivo que nos hace ser hombres: ser temporales, ser mortales y lanzados siempre hacia algo, hacia lo otro: la muerte, Dios, la amada, nuestros semejantes”. El sentido que le da el poeta a “Hacia el poema” genera precisamente el reconocimiento de una voz que se involucra pero que también se separa del hecho concreto de la creación. Eso que es lo “otro”, que incluso está en uno mismo, es trampolín para la formación poética. No debemos olvidar que para el poeta “el poema es tiempo arquetípico” y la evocación de dicho tiempo implica toda una historia que lleva consigo un trasfondo ritual, lo cual implica otredad y religión: “Cuando la historia duerme, habla en sueños: en la frente del pueblo dormido el poema es una constelación de sangre. Cuando la historia despierta la imagen se hace acto, acontece el poema: la poesía entra en acción”.
Toda esta noción que se fundamenta en un hecho arquetipal, implica y necesita a su vez, la voluntad de aquel que escribe, de aquel que hace el poema, de pactar consigo mismo para dejar entrar en su conciencia una especia de dimensión ulterior, en donde “el tiempo se abre en dos” para así lograr el “salto mortal”. Por ello, “el papel se cubre de letras indelebles, que nadie dictó, que han caído allí y arden y queman y se apagan”. Es de esa rendija del tiempo de donde nacen esas palabras furtivas “del nuevo diálogo”. Diálogo entre ese “yo” que realmente lo escribe. Señala el poeta: “me cubre la marejada amarilla: nada mío ha de hablar por mi boca”, sino por la boca de aquel que realmente surgió del acto poético. Ese “salto mortal” que Octavio Paz explica muy bien en el capítulo “La otra orilla”, es un arsenal de herramientas para llegar al “poema”, en donde los opuestos se vuelven uno y el poeta se ve a sí mismo como una entidad bipolar: todo y nada, bien y mal, vida y muerte. Así “el poema prepara un orden amoroso” y su creador se sirve de una revelación poética, que al fin de cuentas “todo poema se cumple a expensas del poeta”.




HACIA EL POEMA


I

PALABRAS, ganancias de un cuarto de hora arrancado al árbol calcinado del lenguaje, entre los buenos días y las buenas noches, puertas de entrada y salida y entrada de un corredor que va de ninguna parte a ningún lado.

Damos vueltas y vueltas en el vientre animal, en el vientre mineral, en el vientre temporal. Encontrar la salida: el poema.

Obstinación de ese rostro donde se quiebran mis miradas. Frente armada, invicta ante un paisaje en ruinas, tras el asalto al secreto. Melancolía de volcán.

La benévola jeta de piedra de cartón del jefe, del Conductor, fetiche del siglo; los yo, tú, él tejedores de telarañas, pronombre armados de uñas; las divinidades sin rostro, abstractas. Él y nosotros, Nosotros y Él: nadie y ninguno. Dios padre se venga en todos estos ídolos.

El instante se congela, blancura compacta que ciega y no responde y se desvanece, témpano empujado por corrientes circulares. Ha de volver.

Arrancar las máscaras de la fantasía, clavar una pica en el centro sensible: provocar la erupción.

Cortar el cordón umbilical, matar bien a la Madre: crimen que el poeta moderno cometió por todos, en nombre de todos. Toca al nuevo poeta descubrir a la Mujer.


II



Hablar por hablar, arrancar sones a la desesperada, escribir al dictado lo que dice el vuelo de la mosca, ennegrecer. El tiempo se abre en dos: hora del salto mortal.

Palabras, frases, sílabas, astros que giran alrededor de un cetro fijo. Dos cuerpos, muchos seres que se encuentran en una palabra. El papel se cubre de letras indelebles, que nadie dijo, que nadie dictó, que han caído allí y arden y queman y se apagan. Así pues, existe la poesía, el amor existe. y si yo no existo, existes tú.

Por todas partes los solitarios forzados empiezan a crear las palabras del nuevo diálogo.

El chorro de agua. La bocanada de salud. Una muchacha reclinada sobre su pasado. El vino, el fuego, la guitarra, la sobremesa. Un muro de terciopelo rojo en una plaza de pueblo. Las aclamaciones, la caballería reluciente entrando en la ciudad, el pueblo en vilo: ¡himnos! La irrupción de lo blanco, de lo verde, de lo llameante. Lo demasiado fácil, lo que se escribe solo: la poesía.

El poema prepara un orden amoroso. Preveo un hombre-sol y una mujer-luna, el uno libre de su poder, la otra libre de su esclavitud, y amores implacables rayando el espacio negro. Todo ha de ceder a esas águilas incandescentes.

Por las almenas de tu frente el canto alborea. La justicia poética incendia campos de oprobio: no hay sitio para la nostalgia, el yo, el nombre propio.

Todo poema se cumple a expensas del poeta.

Mediodía futuro, árbol inmenso de follaje invisible. En las plazas cantan los hombres y las mujeres el canto solar, surtidor de transparencias. Me cubre la marejada amarilla: nada mío ha de hablar por mi boca.

Cuando la Historia duerme, habla en sueños: en la frente del pueblo dormido el poema es una constelación de sangre. Cuando la Historia despierta, la imagen se hace acto, acontece el poema: la poesía entra en acción.

Merece lo que sueñas.



Octavio Paz, Libertad bajo palabra.

26 mar 2009

Close Up


Sé que es arriesgado decir que la siguiente cita resume en gran parte de lo que va Close Up de Armando Coll. Asumo el riesgo: “Un homenaje a la mierda venezolana de las relaciones con los tipos que son, con la pomada y el mi amor, a la grandiosa estupidez que en este país se entiende por éxito. Venezuela, tan vana, mi amor”.

La voz narrativa va camuflándose entre el protagonismo periodístico de Augusto Márquez y las anécdotas de la consagrada relacionista pública Gloria Suárez, sin dejar de lado el tono sarcástico que ronda toda la novela para dar paso a la variedad de temas como el racismo, la homosexualidad, corrupción, entre otros, tan propios en una ciudad que se cree cosmopolita y muchas veces parece lograrlo: “Pero todo era una maquinación, un jueguito de pánfilas de jumper y medias Mariselita hasta la rodilla, un delirio. El racismo nunca había sido un tema en el colegio. Y llegamos nosotras, Ismenia y yo, a ponerlo en agenda”; también echa tijera del tema editorial actual de nuestro país cuando dice: “¿No has visto la cantidad de libros que se han publicado últimamente? … Cantidad de libros, libros, libros… Tú entras en una librería y te tropiezas con es inmensidad, ese bosque dilapidado, esa frondosidad de papel, esa grandísima papelera invertida que son las mesas de novedades en las librerías… Ahora en este país todo el mundo es escritor”.

Armado Coll hace memoria de situaciones que por deleznables que sean, forman parte de nuestra historia contemporánea en donde incluso halló espacio para encajar a la perfección al psicoanalista francés Jacques Lacan en una situación bochornosa del propio protagonista; aparece un mal recordado “operador financiero” que “después con su cara muy lavada y apoyado del gobierno puso una agencia de seguros de medio pelo…ja!” En automático recordé quién es dicho personaje. Prefiero no dar nombre y apellido para dejarle la incógnita, pero estoy segurísimo que si usted, amable lector, es venezolano, recordará quién es.

La situación bochornosa que mencioné líneas atrás es una muestra del lenguaje incisivo y directo que utiliza el autor, que en palabras de Sebastián de la Nuez nos hace pensar qué “tan patéticos son” los personajes que se ven en Close Up. Vemos así cómo después de una soberana borrachera, Augusto Márquez cuenta: “Despierto bajo un banco acariciado por unas moscas que han de haberse cebado antes en una cagada que tengo nada más ahí, a tiro de mano”.

El fatuo mundo de la farándula, entre otros aderezos, están en Close Up, donde el autor además de todo lo ya dicho, pone en alerta al lector, no interpelándolo, pero sí advirtiéndole algunos ajustes necesarios en la trama: “la cosa, el chisme, el escándalo… Unos hermanos desgarrándose una puta herencia o algo así. El apellido es irrelevante para esta memoria –y por lo tanto ha sido cambiado- y lamento decepcionar al lector”.

Vale la pena comentar que Close Up junto a otras obras de destacados venezolanos de las letras y demás países hispanohablantes, está incluida dentro de las novelas participantes al prestigioso Premio Rómulo Gallegos que ya va por su décima sexta edición. Como cota final, cierro con esta breve pero fotográfica cita que hace eco de nuestra terrible y dolorosa realidad saltando como pez fuera del agua: “este paisito petrolero gobernado por unos gangster ineptos”.

23 mar 2009

Verbos predadores



Una de las principales palabras que se me ocurre para referirme a la poética de Jacqueline Goldberg es “contundencia”, y la inevitable pregunta cómo es posible lograr dicha contundencia con esa brevedad tan aplastante. Siempre supe quién era, de sus libros y otros etcéteras, pero vaya usted a saber por qué nunca la había leído. Llega a mis manos Verbos predadores (por cortesía de la Editorial Equinoccio la cual está haciendo un trabajo formidable) y he quedado prendado de una poética única y me atrevo a decir que inalcanzable. Tuve la suerte en días recientes de charlar con ella un rato y le dije personalmente cómo era posible que me hubiera perdido todo este tiempo de su trabajo…


En todo caso y saliendo de la anécdota, esa contundencia a la que me refiero va turnando en su quehacer semántico diversas emociones que van desde las producidas por el exilio, hasta el desamor, desde la muerte hasta la vida fatua, del doloroso amor de madre: Cómo explicar al hijo recién venido de los caudales / que la muerte es un músculo ejercido sin utensilios, dice en su poema “Oficio de guardián”; al doloroso amor de mujer: SI QUEDARA UN HOMBRE / uno sólo para después / y la eternidad, dice en su libro Víspera.


Diversos sentimientos van recorriendo toda la poética de Goldberg en esta antología que tiene la ventaja de permitir ver el cruce de las emociones a lo largo de todos los libros allí presentes, en donde hasta el porvenir es una maldición sobrentendida / de la cual deberemos reponernos, tal como dice en “Lodazal”.


De un libro a otro la palabra ejercida en su poética es precisa y en ningún momento resulta azarosa dentro de cualquiera de sus versos. Su yo poético es evidente, directo, reafirmándose en su carácter de voz hablante. Un yo sumamente intimista, solitario y remoto que no extraña, que se ve a la distancia hasta con gracia: TUVE PECHOS HERMOSOS / que columpian / como milagro enardecido… tuve / por decir la verdad / tesoros nefastos / que ya no extraño. Tesoros de la juventud que quedan en el pasado más no en el olvido y que transmuta la sublime esencia de su placer en tristeza: HASTA HACE MUY POCO / cavé fosas en estratégicos puntos de mi piel…en mis dedos / garrotes audaces / que entonces tenían el triste atrevimiento / de convocar la caricia.


En el poema “El don o el murciélago” la poeta dice que “los poemas taladran” y es justo eso lo que Jacqueline Goldberg hace a través de sus letras, es una constante en su trabajo, un taladrar que hace reflexionar y sentir para beneplácito del lector. Una poesía además que parece auto corresponderse en su propia inmanencia ante lo que transmite, como bien se hace notar en los siguientes versos de “Poética”: La enrancia está en el poema que rumia infeliz. / Y el poema, más allá, / bestia vidriada, conjetura desertora, siempre está de paso. La poesía como algo transitorio pero que deja una huella imborrable a pesar de esa “vidriocidad”, y es justamente eso, el juego de la palabra y el verso que está en un límite constante, en un borde que puede significar esto o aquello, ser felicidad o tristeza al mismo tiempo, ser una “conjetura desertora” o un hecho fáctico.


Son muchos los temas que podemos hallar en Verbos predadores, enfermedad y familia, nostalgia y hastío, pero todos sin duda manejados con una destreza consumada en la palabra que sorprende por el laconismo tan propio de un haikú. Jacqueline Goldberg en uno de sus poemas dice que hablar de uno / avergüenza...y eso / eso jode, sin embargo no sé que opina cuando los demás hablan más que de ella, sobre su trabajo. Lo menos que puedo hacer es reiterar mi admiración por el encuentro con su poesía y cerrar con uno de sus poemas.


DEBERIA BAÑARME MUCHAS VECES

hasta desgastar

los lugares atravesados

por su lengua

decir

que sudo pesadillas

que no existo

que me arrepiento

pero no me arrepiento


20 mar 2009

Bajo tierra


El pasado miércoles 18 de marzo fue presentada y bautizada la novela ganadora del III Premio Bienal de Novela Adriano González León, año 2008: Bajo tierra, del escritor venezolano Gustavo Valle.

En los espacios abiertos de Econoinvest y tal como es costumbre, una concurrida audiencia dijo presente en el acto. Escritores, profesores, poetas y mucha gente ligada al mundo editorial y del libro disfrutaron del ameno momento.

Las palabras iniciales fueron dadas por Elsa Rivas, Directora Editorial del Grupo Norma, seguidas por la extraordinaria poeta y presidenta del PEN de Venezuela Edda Armas.

El orador de lujo fue el poeta, ensayista, narrador y profesor Rafael Castillo Zapata, quien además también formó parte del jurado calificador de tan prestigioso premio. En sus breves palabras destacó las bondades literarias de Bajo tierra y los motivos por los cuales se hizo acreedora del prestigioso premio.

Ya para finalizar, el propio autor bromeó al principio con todos los asistentes haciendo la contrapartida a la brevedad de todos los oradores precedentes y dio en parte un pequeño abreboca de la trama de su novela. Bajo tierra ya está en mis manos y espero poder tener a Gustavo Valle en Librería Sónica antes de que parta a su residencia en Buenos Aires. Lectura pendiente.

17 mar 2009

La distorsión


Notarán los seguidores de este blog, los cuales son pocos y les agradezco la valentía, que he leído todos los trabajos publicados por el escritor venezolano J. E. Chejín (tag “Lecturas”). Lo digo no por arrogante sino para que ustedes mismos corroboren que de un paso al otro, es decir, de un libro a otro, en este caso de En busca de un personaje a el Mar profundo, decía que “su última novela es un perpetuo nudo en la garganta, una obra que te lleva de la mano y te dice: «ven, lánzate conmigo»”. Este mismo efecto, este mismo despliegue de intrigas y ese nudo en la garganta continua en La distorsión. Sin embargo, debo admitir que estos elementos que son los que despiertan el interés en la lectura están a mi gusto personal mejor administrados en el trabajo anterior. Dicho de otra manera, en un libro de casi quinientas cincuenta páginas este momento cumbre me parece que tardó mucho en hacer ebullición. Un poco después de la mitad del libro es que se desata el tan necesario clímax de la historia, situación que en el Mar profundo se dio mucho antes. Salvo esto, que insisto es una opinión personalísima, todo lo demás está muy bien trazado a lo largo de la novela.

En La distorsión el autor nos da a conocer cómo es el mundo de la explotación diamantífera, en donde venezolanos, garimpeiros, colombianos y guyaneses confluyen en un medio hostil y salvaje para intentar enriquecerse de un día para otro gracias a tan preciadas piedras; en ese ambiente inhóspito, surge el amor entre el personaje principal, Frank Del Prado y una exuberante joven, Tiberia, que resulta ser hija de la dueña del burdel de la región. Frank es el tipo de personaje que parece tenerlo todo en la vida, no obstante, pasa por una de las peores situaciones que humano alguno pudiera vivir: el secuestro, y ejecutado nada más y nada menos que por la guerrilla colombiana.

Luego está el elemento sexual tan bien manejado por Chejín, a través del cual las mujeres demuestran todas sus destrezas en la cama. Por cierto, también hay una mínima entrega de lesvianismo el cual no detallaré para despertarle el morbo.

Es una novela además, donde está marcada perfectamente “la dinámica del odio…las consecuencias de la agresión que sigue a la frustración en una sociedad con pobreza y hambre, en la que hombres como Mezquino pueden tener un lugar en el poder”. Debo decirlo, esta cita es un referente constante de lo que se vive en La distorsión. El personaje Mezquino, que es la contrapartida de Frank Del Prado, es el que calza a la perfección cuando se dice “cualquier similitud con la realidad es pura coincidencia” (en este caso con la lupa puesta en Venezuela). Descubra usted por qué lo digo.

También están presentes los intereses y conocimientos del autor sobre el Medio Oriente, los cuales ya eran más que evidentes desde su primera novela En busca de un personaje y que continúan en La Distorsión: “Desde Ashkelon, Dallan y Royce vieron pasar el helicóptero artillado que, bajo el factor sorpresa, iba hacia Vabátiya en busca de su objetivo. Un misil fue lanzado desde la nave y un segundo después se escuchó la explosión. Los soldados cerraron las fronteras. El escondite había sido volado”.

Así como comenté que la entrega del clímax lo sentí algo retrazado para un libro de más de quinientas páginas, admito también que hacia el final del texto las emociones vienen todas en caída libre, como en un repunte de la trama que vendría a compensar el tiempo de lectura, dándole al lector un desenlace final sumamente conmovedor ambientado en la franja de Gaza. Allí convergen la religión cristiana, musulmana y judía para alcanzar un solo objetivo: desactivar una bomba. “Lo único que pudieron encontrar fue las cadenas que pendían de sus cuellos, la de María, que tenía un crucifijo, y la de Raquel, con una estrella de David”.

Todos estos elementos y muchos más están presentes en La Distorsión, desde grupos de comandos armados y paramilitares, hasta las repetitivas elecciones que se dan en una Venezuela polarizada que no parece salir del atolladero político. Descubra quién gana los comicios electorales y devele la verdadera identidad del misterioso multimillonario Javier Lara.

Es mucho lo que pudiera decir sobre el título La distorsión, sin embargo cierro con esta cita para abrirles una pequeña ventana: “El mundo que percibimos –decía el escrito- lo recordamos no como es, sino de la forma como impresionamos nuestra mente, por ellos, con el paso del tiempo, la plasticidad de nuestra memoria va afectando nuestros recuerdos, de forma tal que se modifican su forma y contenidos, hasta el punto de guardarlos totalmente distorsionados respecto de lo que inicialmente habíamos conocido”.

15 mar 2009

Make up books


Imagínese usted llegando a una de estas cadenas de farmacias o supermercados presta a comprarse su cremita reductora de arrugas, asesina simbólica de sus patas de gallina o cualquiera de estos solicitados patuques para combatir la fuerza de la gravedad que atrae su piel hacia el centro de la tierra. Piense por un minuto que se equivoca de empaque y sin querer en vez de llevarse el bien adornado pote cilíndrico con una llamativa etiqueta que dice Q10 o H2O o whatever, se lleva un libro. Sí, un empaque rectangular de hojas protegido por un plástico para evitar el polvo, la intemperie y las huellas dactilares de quienes osaron en echarle un vistazo. Qué haría si al momento de pararse frente al espejo y al intentar girar la tapa de su producto para tomar una generosa porción de su crema, en vez de que ésta gire lo que hace es levantarse ligeramente para mostrar ante el asombro de sus ojos un título que dice Tu rostro mañana, o cualquier otro nombre. ¿Tomaría parte de lo que sería un enriquecimiento por efecto de la lectura para untar su pensamiento y tal vez su espíritu, más allá de los efectos palpables de una crema sobre su piel?
La tendencia va por esos lados. Ahora es casi imposible estar haciendo su cola en alguno de estos establecimientos para pagar su compra y no toparse con algún libro, sobre todo si son de la bien o mal llamada categoría de autoayuda. No falta una Mastreta, un Coelho o una Allende, aunque en algunos de estos lugares ya se pueden ver otras tendencias y otros autores. El punto es: al estar esperando minutos tras minutos para desembolsillar su dinerito, ¿se decanta usted por un confite, un chocolate o un libro? ¿qué precio tiene su antojo en ese determinado momento?
Seguramente los especialistas del mercadeo enfocados en la difícil tarea de vender libros en cualquier editorial dirían: si la gente no va a los libros los libros van a donde está la gente. Y vaya que sí hay gente en estos deliciosos centros de consumo en donde la premisa básica es consolidar su bienestar -hasta que tiene que pagar.
¿Es prioritario o no el libro? ¿Es un lujo comprarlo (que no leerlo)? ¿La gente está leyendo más que antes? ¿Por qué ahora nos hallamos con estos amigos de la cultura en los anaqueles destinados anteriormente a categorías culinarias o de belleza? ¿Ha visto usted en cualquier librería un desodorante AXE o una crema anticelulítica en la caja?
Todas estas preguntas me asaltan la razón puesto que entonces, pareciera que el minúsculo grupo que lee pareciera ser siempre el mismo y por ende las editoriales que necesitan cubrir sus presupuestos de ventas, no les queda otra opción que dirigirse a otros canales, a otros medios en donde tal vez el desespero de una cola le haga sucumbir ante un sugestivo o interesante título. Estos potenciales lectores terminan siendo entonces el sueño dorado de las casas editoras para sobrevivir en un país en crisis, signado por un estado en donde los libros no son considerados prioritarios y en donde las trabas del sistema cambiario son la mayor de las herramientas con que se frena, tanto la importación como la producción nacional por la falta de papel.
Otro mecanismo para hacer llegar libros a grandes cantidades de lectores es a través de la digitalización de los mismos. Ahora se puede ver en los grandes sites de compra-venta alrededor del mundo, estos equipos que soportan miles de libros en este modernísimo formato. Intuyo que la gran mayoría debe estar en inglés, no lo sé. Tal vez algunos libros de nuestra hermosa lengua, clásicos, long-sellers, etc., estén disponibles y posiblemente sea este mecanismo una manera adicional de aproximar a miles de personas hacia la lectura. Cuando vaya a un restorante, ande en el metro o vea gente sentada en una plaza, fíjese que de cada dos niños uno está jugando con un Nintendo DS y que de cada dos adultos uno está jugando con el celular: aquí el verbo jugar es aplicable al hecho de que se esté “jugando” literalmente, se esté leyendo información, se esté comunicando con alguien, entre muchas funciones más. El blackberry es el Nintendo para adultos, por ejemplo. Entonces, por qué no pensar que estos equipos de lectura se vuelvan en un futuro no muy lejano el boom (y lo digo por Venezuela en donde el consumidor promedio está pendiente de los avances tecnológicos, bien porque le gusta o porque le gusta presumir), la moda que hará ver a su propietario como una persona culta, que le gusta leer mucho y que además ama la tecnología. Estimo que en otros países esto ya sea un hecho.
Hay cantidades incontables sobre el tema de la digitalización, acalorados debates sobre la muerte física del libro, del ocaso del papel. Sin embargo, en mi opinión particular, creo que esto no sucederá, que el libro en su estado físico, por el placer del tacto, por su olor, incluso hasta por solidaridad con éste, seguirá vivo. El punto es si se venderán más o menos que antes y es justo aquí donde la digitalización se transforma en alternativa dentro de un mundo globalizado en donde -amén de la súper población mundial, vorágine que compite y consume- el precio pareciera ser la punta de lanza para abrirse paso en un mercado con tendencias cibernéticas, de hecho, qué está haciendo usted en este momento: una lectura digitalizada. El precio de un libro en digital en significativamente menor que su homónimo en papel.
Es posible (tal vez exista y peco de ignorante) que, así como al momento de hacer su cola en el supermercado se tropieza con libros de Saramago junto a una caja de bombones, la versión en digital de esto sería que mientras usted lee en su micro pantalla de tal y cual resolución, le aparezca un anuncio publicitario de un delicioso croissant de almendras, de maníes confitados o de un cremoso café. No pierdo la esperanza de ver en la caja registradora de alguna librería una buena tanda de desodorantes o de toallas sanitarias: business is business.

12 mar 2009

Botó la piedra -y no lunar.


Inevitable no republicar este comunicado redactado por el pana Fedosy que obviamente se siente algo atado, por decir lo menos. Agradezco también a la no menos pana Dakmar por hacerme llegar esta carta. Ahí va:



Caracas, 11 de marzo de 2009.


Estimados señores:


Los veredictos de la Bienal José Rafael Pocaterra del Ateneo de Valencia se dictaron en octubre del año pasado. A estas alturas, marzo de 2009, el Ateneo de Valencia no ha entregado los diplomas ni pagado los premios a los ganadores. También a estas alturas cabe preguntarse si los ganadores de los premios en narrativa, poesía, ensayo y literatura para niños y jóvenes debemos pagar los platos rotos de la conflictividad política. Señores, estamos hablando de la Bienal Pocaterra, una de las más respetables del país. Una bienal latinoamericana donde han ganado autores fundamentales de las letras venezolanas. Estamos hablando de trabajo, de esfuerzo, de escritores que se han sentado durante horas a escribir, con seriedad, con entusiasmo, con amor a la literatura y al país. Pero no, pareciera a que a los poderes —a todos, del bando que sea— no les interesa la gente seria que trabaja. Pareciera que a los poderes les interesan más las disputas mezquinas, el revanchismo y continuar con la típica discontinuidad de los proyectos que en este país caracterizan un cambio de gobierno a otro. A finales del año pasado los pagos no se realizaron porque el entonces gobernador al parecer utilizó el dinero de la literatura para pagarse su campaña de reelección. No sé si será cierto, no me consta, no tengo pruebas ni quiero tenerlas. Apenas me hago eco de un comentario, y disculpen que lo haga, pero no tengo otros cabos de donde agarrarme. Luego, aquel gobernador perdió las elecciones, y vinieron otros, y estos otros, como no tienen que ver con los de antes, esquivan el deber, la obligación con el Ateneo y, sobre todo, con los ganadores. Si no es así, ¿a qué se debe que a estas alturas no se hayan pagado los premios y entregado los certificados?
En el Ateneo, la señora Gloria Peña sólo dice que esperamos, que está trabajando en eso, que falta poco. Se le agradece, pero de poco en poco ya vamos para seis meses, y los ganadores seguimos en el aire, en el limbo.
No importa quién tenga la culpa, en verdad. Esta fue una Bienal oficial, anunciada en prensa, con jurados y con ganadores, escritores que alcanzaron su premio en buena lid, desde el seudónimo y sin la mediación de influencias políticas o amiguismos. En esta Bienal Pocaterra, como en todas, ganó la literatura, no la política. Así que, como ganador de bienal Canta Pirulero y en nombre del resto de los ganadores (si me lo permiten), exijo se respete a la literatura y al país. Que se de un buen ejemplo, que se demuestre que nuestras instituciones están encabezadas por gente seria y confiable, y que se termine de cerrar de una vez por todas este espiral desagradable de malos ratos que los ganadores de la bienal venimos padeciendo. Ya vamos para seis meses. ¿Es esto lógico? ¿Es esto pagar el tributo debido al pasado, a la historia, a la literatura nacional y a nuestro futuro?

Muchas gracias,

Fedosy Santaella.

10 mar 2009

Séptimo capítulo: El cura de Quaregnon - Rivage


(Los capítulos anteriores en el tag Neftalí Noguera Mora).

Llueve casi todos los días. Sí. Y el viento húmedo, penetrante y doloroso, como un dardo de hielo, desorganiza las cabelleras sin rumbo de los días y las noches en estas tierras de perspectiva incierta y alma meditabunda. No es Bélgica un país para ser amado al primer contacto. Golpean sobre la humanidad la lluvia tenaz y fría, la cerrazón misteriosa de sus cielos y el embrujo solitarios de los canales verdiazules. Sus escritores y poetas han advertido esta impresión que el extranjero no puede ocultar. Y nos han hablado del alma ignorada de Bélgica, de su rosario de gracias antiguas, semiocultas en las marañas del tiempo, y de todo ese mundo insospechado de remotos atractivos, que reclaman la pupila sensitiva y el alma enamorada. Y si no expresaran la verdad, ¿cómo se explicarían las voces inmensas de Maeterlinck y Veraeharem, en las que un ámbito armonioso sonríe, canta, anhela, sufre y llora con los signos eternos de la poesía y de la humanidad? Paul Verlaine, en sus desmelenadas andanzas, sí que comprendió el misterio.Walcourt, Charleroi, Bruselas, Malinas y todo el paisaje belga, desfilan en sus frescos sencillos con la misma naturalidad que los trenes y los árboles por entre aquel enorme hacinamiento humano. “Arboles de países encantados, los fresnos van, cual vagas espesuras, por horizontes mil escalonados, en este, Sahara de infinitos prados, trébol, blanco gasón y sembraduras. De estas parajes por la paz callada pasa un tren desfilando silencioso”.

Para penetrar fugazmente en la intimidad de Bélgica necesitaba un guía generoso que me tradujera al sentimiento venezolano algo de esa “alma ignorada”, que para mí constituía la obsesión de dos palabras. Desde la infancia había perdido a Xavier Van Wezemael, el Cura belga, maestro de idiomas y de sagradas escrituras en la fría Mérida de Venezuela. Capitán combatiente en la Primera Guerra Mundial, sus hazañas y su abnegación discurrieron con ánimo de emulación por nuestro ensueño adolescente en los patios de recreo y las penumbrosas aulas del Seminario de la ciudad escolástica. En las semanales excursiones por las Vegas y colinas de Mérida, bajo un sol bondadoso y un verde alucinante amábamos el retornelo épico del maestro, desplazado hacia aquellos otros campos de trigos y parrales, donde la metralla barriera un día bruscamente con la oración y la sonrisa, el ángelus y el toque claro del alba. ¿Habría acudido al llamado de la patria invadida en aquel otro día trágico de 1939? La sola duda equivalía a traicionar el recuerdo adolescente.

Hosftade lez Alost es para mú un nombre familiar, porque es la aldea del antiguo maestro flamenco. Su geografía sentimental formaba parte de las diarias lecciones. Allá le dirigí un telegrama a la casa familiar, que fue transferido a Quaregnon-Rivage, el domicilio del Padre Wezemael. Vino a darme personalmente la respuesta a Amberes; pero como más el deber que la fe en el éxito de la búsqueda me había inducido a comunicarme con él, yo ya estaba camino de París. A mi regreso, me sorprendió la noticia.

El primero de agosto, a las nueve y media de la mañana, tomé el tren Amberes-Mons, con trasbordo en la Gare de Midi en Bruselas, rumbo a Quaregnon-Rivage, previo aviso al Padre. Cuando llegué a la estación de Mons, estaba en mi espera. Quince años de rumbos ignorados para ambos, de nostálgicas evocaciones y de episodios trágicos, se interpusieron en aquella hora del abrazo. Un “viva Venezuela”, fue la expresión entrecortada del recio belga, mientras yo descendía del tren. Tomamos el pequeño tranvía de obreros y paisanos que va hacia Quaregnon, en el país negro, llamdo así por los belgas merced a su riqueza hullera. Xavier es el cura de la parroquia más humilde y obrera de la ciudad: Quaregnon-Rivage, a la orilla de un canal qye va a internarse en el corazón de Francia, utilizado para el tráfico de barcos carboneros, duramente románticos, como el diario destino que incendian y construyen.

Días antes, en el camino hacia Francia, la fisonomía de estas tierra meridionales de Bélgica me había apasionado; me sorprendió la belleza de los pequeños cerros cónicos, alfombrados de verde veraniego, especie de centinelas insomnes que rompen en sus negros flancos el viento misterioso del Este. Más allá de Mons, más allá de Valenciennes, hasta las puertas seculares de Cambrai, el carbón vivifica las entrañas de las tierras franco-belgas y erige el sueño de los obreros, quienes, desde el socavón profundo, levantan corajudos hacia el cielo, hacia el porvenir, la abatida materia humana de las Galias. De la misma manera como, desde las galerías subterráneas, hacía aflorar a la corteza negra de la tierra la sangrante bandera de la resistencia. Los montículos cónicos no son naturales. Se forman al costado de las minas de hulla en explotación con los desechos de la purificación. Cuando las instalaciones son trasladadas, lo que comenzó en un carbón inútil es una formación geométrica perfecta y arrogante. Parecería como si los obreros hubiesen volcado el naufragio negro de la tierra hacia arriba, hacia los árboles y hacia los pájaros. Sobre las elevadas formaciones carboníferas, el tiempo va formando vegetación y el minero contempla feliz el territorio ensanchando por su esfuerzo para la periódica residencia de las estaciones.

El Padre Wezemael comienza otra vez su magisterio, de pies sobre el tranvía obrero, con la alucinante lección del paisaje a la que da fin en la puerta de su casa. Aquí comienza la otra, la humana, la profunda, la dramática. Penetramos en una casita de Valonia, con gusto flamenco, que reconcilia en el arte las dos porciones hostiles de Bélgica. Del centro, se desprende una escalerilla penumbrosa que conduce a la segunda planta. El comedor parece un motivo arrancado de uno de esos primorosos interiores de Van Dyck. Al fondo, un verde huerto rumoroso, con el horizonte abierto hacia el Canal, señala el sitio donde el Padre Wezemael busca en la naturaleza el complemento emocional y filosófico que, a veces, pareciera negar el oscuro panorama humano en un tierra duramente golpeada por la suerte. Las manos que, en las mañanas, consagran el símbolo sagrado del pan y del vino, cuidan el destino frágil de la flor y de la hoja, del gusano y de la mariposa, en las tardes pensativas de Valonia.

Por su modestia, es difícil arrancar a Xavier la historia de los últimos días de privación, de dureza y de heroísmo que le ha deparado la vida. Tiene la convicción (me la ha ratificado en el saloncito flamenco que mira al huerto) de que no cabe el heroísmo donde sólo se está llenando la medida del deber. A pedazos, he reconstruido la verdad. Iniciadas las hostilidades en Europa, el cura se preparó una vez más a combatir por su pueblo; pero el meteórico avance alemán y la violenta ocupación de Bélgica apenas sí le dejaron tiempo para reponerse de la sorpresa. Entonces dio comienzo a la tarea más peligrosa, más dramática y más decisiva: la resistencia. La voz se le anuda a la garganta, cuando recuerda con emoción y santa indignación, aquellos días trágicos. A dos sacerdotes belgas del movimiento clandestino de resistencia, los Nazis, después de colgarlos por las partes viriles, los ataron a una cámara estrecha, especia de urna vertical, revestida con cal viva. Al contacto con la orina de las víctimas, venia la natural efervescencia y la tortura cobraba sus más terribles dimensiones. Salieron esqueléticos, fantasmales. La Gestapo y la Guardia de Asalto salieron extendieron sus tentáculos fulminadores hacia el recio Cura de Quaregnon-Rivage. Pero siempre escapó a sus designios. Transmitiendo mensajes animosos, escondiendo patriotas perseguidos en las propias galerías subterráneas de la iglesia, improvisadas con este fin, y colaborando con el movimiento nacional de la resistencia en los días terribles de la Brigada Blanca, el Padre Wezemael fue el más temerario soldado junto a su pueblo rebelde. Del borde de su vieja sotana raída, se desprendió muchas veces un carbonero, rumbo al sacrificio anónimo por la patria esclavizada.

“Desde aquellas horas dramáticas viene creciendo mi amor por estos feligreses mineros de Quaregnon –me confesó el cura-. Todos hicimos el apostolado de la patria. Vivo entre obreros socialistas y comunistas y apenas logro diferenciar sus matices. Somos, por encima de las diferencias político-sociales, una sola comunidad sentimental, hermanada en los días oscuros del sacrificio por un ideal colectivo”.

Esta verdad se sigue cumpliendo en su vida. Él baja hasta el negro abismo de la mina, donde sus hermanos arrancan de las vetas la nueva y la vieja sangre de Bélgica. Y así, como por las galerías subterráneas, el hombre avanza rescatando para el progreso los escondidos tesoros de la naturaleza, el Padre Wezemael descubre a diario el diamante invalorable entre el carbón anónimo de los obreros del país negro. Con él fui a la mina. Y supe de la vida y la pasión del minero europeo en aquellos profundos canales sin aire, sin luz y sin horizonte. Vi obreros que afloraban al reino de la luz cantando con la misma abnegación y bondad con las que trabajan cantando. Pero no tuve palabras ni expresiones para contestar al amable belga Gilbert Francois, cuando me inquirió con deliberada intención: “¿Bajó usted al fondo de la mina?. Pero…¿bajó usted al fondo de la mina?” La pregunta era más profunda que la misma mina. Nacía en sus labios y seguía retratándose en el abismo de sus ojos gitanos. No hubiera sido para mí tan agradable Quaregnon-Rivage sin el Padre Wezemael; ni el encuentro con el maestro, sin el telón de fondo del romántico pueblecito carbonero. Confundido entre el cura y los obreros , visité la Escuela de Cerámica, toque la arcilla y la porcelana, encantadora expresión del sentimiento artístico de aquella humanidad sencilla y sin grandes ambiciones. Con el crepúsculo asistimos al ballet alegre en una tarima al aire libre en los extramuros del villorio. A una música mejicana, las chicas le adaptaban pasos de joropo. “Es un error ingenuo”, anoté al Padre. “Es que no conocen el Alma Llanera”, me replicó emocionado. Sobre aquella hora crepuscular del país negro vimos flotar fugazmente el alma musical y remota de la Patria.

La medianoche nos sorprendió en el Círculo Social Obrero de Quaregnon, institución fundada por el magnífico Cura. Entre copas de cerveza y buenos vinos valones, hablamos de Venezuela, exhumamos canciones del pasado romántico y pusimos a resonar en el ámbito nocturno el acento lejano de la patria, amada y pensada por los mineros de Quaregnon desde el día en que el Padre Wezemael comenzó a transmitirles la nostalgia, su nostalgia de la Patria de Bolívar. Antonio Pinto Salinas, Desiderio Gómez, Régulo Burelli Rivas, José Ramón Barrios Mora, los nombres de la promoción intelectual que comenzó a formarse en la ciudad de las Sierras Nevadas bajo el aliento del combatiente y maestro, se agrupaban como el mismo tropel de los recuerdos en su palabra emocionada.

Aquella noche comprobé lo que se me había asegurado en el país flamenco: que el “país negro” produce los mejores cantores de Bélgica. La penumbra del salón parecía hundirse en el mundo armonioso de la canción “Martha”, poema de Crevel de Charlemagne y H. de Saint-Georges, entonada rítmicamente por Xavier, Homerín, Coufriez, Lesceau y Gilbert, los obreros musicales de la nueva Bélgica. Un llamado doliente a la patria, como encarnado en el nombre de Martha, se dibujaba en los labios de aquellos hombres, dulces a la par que rudos, en uno como regreso a la tierra feliz del pasado y una presencia expectante y optimista frente al espejo del porvenir:

“Martha, Martha, vios mes larmes:
Je n’existe que par toi!
Mets un terme a mes alarmes,
Ou reviens m’offrir ta foi!
Ah! Martha, reviens pres de moi!”

El cura de Quaregnon no se resignó a quedarse solo, regando a la hora del ángelus, junto con las pasionarias, la raíz de su nostalgia venezolana en el huertecillo solitario. En Amberes despidió las navas de la patria, después de un hartazgo emocional con la parla cantarina de los marinos margariteños. Sobre los muelles de su patria, la tricolor bandera flameante de la madre adoptiva, condensó para su sueño veinte años de amor venezolano. La lluvia insistente, bajo el cielo apretujado de nubes, y el viento húmedo, penetrante y doloroso como un dardo de hielo, continuaban golpeando las cabelleras sin rumbo de los días flamencos. Pero ya, guiados por la hidalguía del antiguo maestro de idiomas y Sagradas Escrituras, empezábamos a penetrar en esa “alma ignorada” de Bélgica, de su Bélgica.

Atlántico Norte, julio de 1946

6 mar 2009

Sable corazón


Tu corazón de sable

de amor blande su historia triste

no acepta canciones

ni un solo gesto por noble que sea

para limar sus penas



le es premura

a pesar del sinuoso torrente que late


el mismo que barniza

y le asegura estar vivo


despojar el suave óxido del tiempo


huele a cobre tu rabia mía

sabe a lágrima tu voz líquida de amianto


y aún así


me haces diana de tu perversa indiferencia

1era Semana Equinoccial

2 mar 2009

Zarpazos


Tu inexorable

mirada de adioses

que montaraz cabalga

en las fauces del viento


sigue siendo una dádiva despeñada en mi memoria


aún lame las ancas del recuerdo

dando zarpazos con su vuelo de tábano

y su afilado verde de Lepanto


que implacable


abre las llagas de su ausencia